Dicho de forma simple (que no simplista), la retórica es el arte de persuadir; de convencer desde la elocuencia de la palabra eficaz. Incluso, el filósofo y semiólogo francés Roland Barthes la definió como un metalenguaje, desplegado como una práctica social lúdica.
Además, cabe precisar que la retórica es vista también como una herramienta asociada a lo verosímil, y no a la verdad en sí mismo. Es decir, encantar y seducir a la audiencia por medio del discurso sin importar el contenido del mismo.
Algo que pudimos observar recientemente en San Lázaro, cuando en un hecho sin precedentes Lorenzo Córdova, presidente del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE), compareció ante el pleno de la Cámara de Diputados, para exponer el destino del presupuesto de más de 24 mil millones de pesos que el organismo ha solicitado para 2022. Y la necesidad de tener recursos para organizar la revocación de mandato con el mismo nivel, calidad y dimensión que una elección federal.
En donde a decir de los analistas de la mayoría de medios de comunicación, Córdova salió victorioso luego de dar su mensaje en medio de “una guerra de gritos y pancartas”.
Lo anterior -en parte- por el dominio del escenario mostrado por Córdova Vianello, quien dio una lección de cómo, sin importar los argumentos, se puede conseguir una comunicación efectiva; logrando convencer a propios y extraños.
Y es que según Charles Perelman (filósofo retórico de origen Polaco) el propósito de un orador es adherir a los oyentes a sus intereses y creencias. Dejando en segundo término conceptos como verdad y lógica.
Así, este texto retoma solo el discurso emitido por Lorenzo Córdova, sin importar sus argumentos. Ya que (tal y como ya se había mencionado en las primeras líneas) para la retórica poco importa la verdad de los argumentos, enfocándose más en lo verosímil del discurso. Pues es la capacidad de persuadir a auditorios lo que constituye los principios rectores de las instituciones sociales, y no el debate crítico y argumentado de ideas. Focalizado el ornato de la forma, la palabra manipuladora de la conciencia, que cautiva al ingenuo, a la masa que no sabe distinguir entre lo verdadero y lo verosímil, es decir, lo que es parecido a la verdad.
De igual forma, continuando con esta idea, y siguiendo los postulados del filósofo del lenguaje John Searle, cuando sostiene que es el lenguaje persuasivo el que permite la constitución de la intencionalidad colectiva, y con ella, de los hechos institucionales.
Por ello es que sin importar lo que dijera el consejero electoral, mientras su discurso fuera sólido, congruente y verosímil tenía todas las de “ganar”, ante unos adversarios que enfocaron su alegato a través de la corporalidad y el uso de un lenguaje no verbal y poco hilarante.
Lo que nos lleva a pensar en lo que Descartes (tal vez uno de los filósofos más conocidos), decía en el siglo XVII: “Siempre que dos hombres formulan juicios contrarios sobre el mismo asunto, es seguro que uno de los dos se equivoca. Más aún, ninguno de los dos posee la verdad.
Aunque la retórica también muestra su valor, en la necesidad de establecer creencias comunes en los individuos, creencias que una vez aceptadas por un grupo social se instauran como creencias colectivas.
Dicho de otra forma, la argumentación no retórica busca que las premisas describan cómo son los hechos, la argumentación retórica señala cómo deberían verse los hechos, cómo colectivamente debería creerse en ellos y aceptarse. La argumentación dice cómo son las cosas, la argumentación retórica cómo deben verse las cosas.
Al respecto, Aristóteles, en El arte de la retórica, exhortaba a que los oradores conocieran previamente a las personas a las que dirigirán sus discursos: “pues es en este conocimiento en el que debe basar la obtención de los acuerdos iniciales”. Premisa que al parecer entendió muy bien Córdova durante su audiencia en San Lázaro.
Es aquí cuando el lenguaje se inserta como un elemento primordial para la construcción de la realidad social. Pues solo es posible establecer acuerdos colectivos a través del lenguaje. Y tal y como el filósofo del lenguaje John Searle en su texto ya clásico de la filosofía del lenguaje y de la sociedad: “la construcción de la realidad social, se clasifica en dos tipos de hechos: hechos brutos y hechos institucionales”. Aunque para los antiguos griegos, la retórica estuvo presente como un tema significativo de la reflexión filosófica, asociada a la invención de la justicia y al origen de la democracia y el diálogo…