Símbolos de la Selva (política) «Instintos reprimidos: violencia en el fútbol»

marzo 13, 2022
marzo 13, 2022 Carlos Lorenzana

“¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza de muchos intelectuales […] fundada en la certeza de la idolotría. El instinto animal se impone a la razón humana”, pronuncia Eduardo Galeano en su libro El fùtbol a sol y sombra; un homenaje del escritor y periodista uruguayo al deporte -más popular del mundo- como espectáculo deportivo y un rechazo como negocio.

En el mismo, Galeano le dedica especial atención al estadio y a la afición. Analizándolos no solo como el escenario y los espectadores (pasivos), respectivamente de este espectáculo; sino que los entiende como actores participantes de dicha puesta en escena.

Subrayando que “rara vez el hincha (el aficionado) dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor”. Sin embargo y a pesar de poetizar la participación del aficionado, también hace una acotación sobre el fanatismo.


“El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lio. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso cienpiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso.”  

Pero, ¿qué es una barra brava? Bueno, resulta importante señalar que es algo complejo de definir, dada su naturaleza, ya que es un fenómeno inmaterial y relativamente nuevo. No obstante, uno de las características más notorias de este tipo de afición, además de las ya enunciadas por Galeano, es la de autodesignación de “custodios de la identidad del equipo”. Y en contraposición con “el otro”; denotando así, las claras relaciones de poder entre dichas subculturas o tribus, formadas alrededor del espectáculo deportivo.

En efecto, al formar parte de una barra el “yo individual” es subsumido por el “yo colectivo”, que piensa y actúa en forma alterna. Interiorizando instintos colectivos.

Si gana, se alegran y si pierde, se entristecen; es decir, se cruzan sentimientos de felicidad o tristeza (según sea el caso), que si no pasan de un sentir popular, no hay problema. El conflicto surge cuando ese sentimiento se manipula y se pasa de la experiencia sensorial/emotiva a la acción real. Lo cual puede derivar en violencia.

No obstante, parece que los clubes deportivos, han convertido en empresa rentable a la pasión generada por dicho sentido de pertenencia comunitaria, explotando el valor simbólico que se le ha otorgado al futbol; generando una especie de olla de presión de pasiones.

Y esque parece que el ente “barras bravas” se encuentra bajo la influencia de la ira y que trata de controlarla, reprimirla o superarla, inevitablemente se expone a una situación conflictiva. Luego entonces, este escenario se convierte en el caldo de cultivo idóneo para la expresión de actos violentos.

De ahí que el psicoanalista y psicólogo social Erich Fromm proponga que existe una agresividad natural que está al servicio de la supervivencia de la especie, pero también otra de tipo histórico-cultural que se manifiesta en las pasiones y trata de hacer que la vida tenga sentido.

Así, es inegable que la violencia permea numerosos aspectos de la vida social, condicionando o determinando su dinámica. Pues la violencia es un fenómeno de múltiples caras; por ejemplo, violencia juvenil, de género, sexual, étnica, familiar, endémica, discursiva, simbólica, cotidiana o estructural, de alta o baja intensidad, violencia legítima o criminal, entre otras.

En cualquier caso, al hablar de violencia hablamos de relaciones de poder, así como de estructuras de dominación, o como diría Antonio Gramsci, de relaciones de hegemonía.

Por su parte, el médico neurólogo y considerado padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, relacionaba ese instinto con un impulso autodestructivo: una ira interna hacia nosotros mismos que reprimimos. Que a su vez, puede generar agresividad hacia los demás. Y sugería que el ser humano, al igual que otros animales, reacciona a la frustración con agresividad; es decir, nos volvemos agresivos cuando se nos impide conseguir algo. Sentimos frustración de que se bloqueen nuestros esfuerzos y dirigimos la ira hacia lo que tenemos delante.

Así, la buena conducción de las pasiones es preferible a la represión y la coerción. Porque el hombre que está bajo el yugo de una obediencia es como una bestia lista para abalanzarse sobre su presa. Su agresividad solo se traduce en violencia porque no tiene salida y no puede exteriorizarla.

Y es que, las personas necesitan creer en algo y el fútbol les permite soñar con una gloria. Ven a los jugadores como héroes, que hacen realidad sus sueños y les brindan triunfos. Ahí entran en juego los sentimientos. El fútbol es como tal una pasión y religión. En donde todos vibran de emoción a la vez y endiosan a los jugadores.

Además, y de la mano de Elias Canetti en su libro Masa y Poder, la masa nos reconforta, nos da seguridad; principalmente por una ilusión momentanea de poder. Emoción que prevalece gracias a su condición de organismo corporeo independiente al individuo, es decir, el poder basado en el anonimato de sus integrantes.

Finalmente, cabe señalar que las barras bravas, pueden ser vistas como espejos deformantes de la sociedad. En donde las personas se refugian, utilizando las gradas en una suerte de escenario dramático que simboliza el descontento y frustración social. Ergo, una sociedad equilibrada permite la sublimación de los impulsos de sus ciudadanos. Pero una sociedad enferma solo proyecta estos impulsos de muerte en los campos de batalla y termina destruyéndose a sí misma.           

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